jueves, 21 de enero de 2021

El peregrino y el Arcediano.

Astorga.
 "Esta historia sucedió hace más de 500 años, en tiempos de los Reyes Católicos. Según dicen un peregrino francés iba de camino a Santiago de Compostela. Un buen día llegó a Astorga: una bella ciudad leonesa amurallada llena de iglesias, palacios y casonas nobles. Viendo que la noche se le echaba encima decidió pernoctar en dicho lugar. Buscó algún sitio para pasar la noche; y se decantó por el hospital de peregrinos, que albergaba gratuitamente a aquellos que se dirigían a visitar la tumba del Apóstol.

Jacques (que así se llamaba nuestro peregrino) consiguió un catre en un rincón al lado de la puerta de entrada al dormitorio comunal. Se sentó en él y contempló el lugar. Al fondo había una gran chimenea; a ambos lados había numerosos catres en los que descansaban otros peregrinos; y en la parte izquierda, agujereando la pared, cuatro grandes ventanas que daban a la calle. "Qué suerte he tenido" pensó Jacques "He conseguido la última cama disponible. Si llego a tardar un poco más hubiera tenido que dormir en la calle". 

Maravedí de Felipe II

Jacques acomodó su petate a los pies del catre, se tumbó y cerró los ojos. Estaba muy cansado y necesitaba dormir. Aquel día había caminado diez leguas (el equivalente a 50 kilómetros). Había partido de León antes de la amanecida y durante todo el día apenas había comido nada. Comida. Comer. Eso es lo que necesitaba. Una buena cena. Si no se echaba algo al estómago no podría dormir. Sin embargo solamente tenía en su bolsa un miserable maravedí. Con eso no podría comprar ni un mendrugo de pan ¿Cómo podría pues llenarse la barriga? Jacques abrió los ojos, se incorporó y salió a la calle. A ver si tenía suerte y conseguía cenar gratis.


Nada más salir por el portón principal un delicioso olor llegó a sus narices. Pollo asado. "Hummm" pensó "No me vendría mal hincarle el diente a un pollo asado". Siguió el sutil aroma por las calles de Astorga y no tardó en toparse con una casa de comidas de la cual, sin duda alguna, provenía aquel olor. Entró en ella y tomó asiento. 

"¿Qué desea?". Le preguntó una muchaca encargada de servir las mesas. "Nada, nada" respondió Jacques "Solo quería calentarme un poco. La noche está tan fría..."

"Si no va a tomar nada caliéntese y márchese cuanto antes. Esto es una casa de comidas. Aquí solo se puede estar si se consume"

"Descuide, bella moza" respondió Jacques. "Me marcharé enseguida".

La moza se retiró hacia la barra refunfuñando algo entre dientes. Jacques se acomodó dejando caer su peso sobre el respaldo de la silla y echó un vistazo alrededor. La casa de comidas era un lugar oscuro iluminado por velas de sebo. Del techo colgaban jamones y embutidos. El suelo estaba cubierto de tablones de madera. En cuanto a los clientes... Había un poco de todo. En una mesa larga diez o doce soldados bebían vino y jugaban a los dados. En otra mesa pequeña dos hombres hablaban en voz baja. También había otros peregrinos como él. Y en una tercera mesa, al lado suyo, solitario, había un arcediano comiéndose... ¡Un delicioso pollo asado!. Ahí estaba ese pollo. Quizá fuera por la terrible hambre que tenía, o por la buena mano del cocinero; pero el caso es que Jacques no había olido jamás algo tan rico. Allí se quedó, olfateando cual perro pacho, sin atreverse a decir nada.

Cuando el arcediano hubo terminado de comer Jacques se dirgió a él,  diciéndole: "Caballero, perdone que le moleste. Quería decirle que he disfrutado muchísimo oliendo el pollo del que usted ha dado buena cuenta. Jamás en mi vida había olido algo tan delicioso. ¿Le importaría darme sus sobras? Llevo casi todo el día sin comer y...

Arcediano.

"¡¡¿¿¿Como???!!" exclamó el arcediano "¿Me está usted diciendo que se ha pegado toda la cena oliendo mi pollo asado sin pedirme permiso? Pues que sepa usted que, dado que la comida era mía y que yo ya la había pagado, me tiene usted que abonar el precio del olor"

Jacques se quedó boquiabierto. En un principio pensó que era una broma. Pero viendo que el arcediano se ponía cada vez más serio optó por levantarse. "Perdone si le he molestado, caballero" dijo. "Me marcho. Que tenga usted buena noche". Y justo cuando salía por la puerta escuchó a sus espaldas al arcediano gritanto "¡Al ladrón, al ladrón!" Los soldados se levantaron de un salto y se fueron a por él. "¡¡Yo no he robado nada!!" gritó Jacques. Pero de nada sirvió. Sin saber muy bien como el peregrino acabó inmovilizado atado de pies y manos en la cárcel de la ciudad. A la mañana siguiente sería juzgado por haber olido sin permiso la comida de otro hombre.

Pasó la noche en una fría, oscura y húmeda celda. Poco después del amanecer fue llevado en presencia del juez de Astorga. También estaba allí el arcediano.

Juicio medieval.

"Bien" dijo el juez. "¿Cuál es el problema?"

"Señoría" dijo el arcediano "habéis de saber que este peregrino francés se sentó ayer noche a mi lado en la casa de comidas. Y durante todo el tiempo que yo estuve cenado él se dedicó a deleitarse con el olor de mi pollo asado, sin tan siquiera pedirme permiso. Pues bien: ¡Yo considero que eso es un robo! ¡Este hombre me robó el olor de mi pollo asado!. 

"Humm. Está bien, está bien. Ahora quiero escuchar a la otra parte. ¿Qué tenéis que decir vos, peregrino? ¿Es cierto que olisteis el pollo del arcediano sin su consentimiento?"

"Sí, señor juez, lo olí, pero..."

"¡Silencio!" gritó el juez "No necesito saber más. Veo el asunto claro, y voy a dictar sentencia. Por el poder que me ha sido conferido por la junta municipal de Astorga os declaro a vos, peregrino, culpable de haber olido la comida del arcediano sin su consentimiento. Arcediano" prosiguió el juez "¿Cuánto os costó el pollo asado?"

"Me gasté en él tres maravedíes, señoría" respondió el arcediano con una sonrisa de oreja a oreja, viendo que podría sacarle los dineros al peregrino. "Como una comida se compone de olor, sabor y sustancia creo que lo justo es que el peregrino me abone un maravedí".

Peregrino medieval.

"Razonable petición" dijo el juez "¿Tenéis un maravedí, peregrino?"

"Sí, señor juez" dijo Jacques agachando la cabeza y sacando de su bolsa su último maravedí. "Es todo lo que tengo. Pero considero que se está cometiendo una tremenda injusticia conmigo..."

"¡¡Silencio!! Bramó el juez. "No os atreváis a decirme a mí lo que es justo o injusto, peregrino. Aquí yo soy el juez. ¡Entregad el maravedí ahora mismo!". Jacques se acercó al estrado y depositó la moneda en una bandeja. El juez cogió el maravedí, lo observó y lo lanzó al aire, dejándolo caer sobre el suelo. "Clinck, clink, clink" sonó la moneda de cobre. "¿Habéis escuchado como suena el maravedí, arcediano?" Preguntó el juez. "Sí, excelencia" respondió éste, extrañado ante el gesto del juez. "¿Sí? ¿Sí? Pues escuchad, escuchad con atención. Escuchad su sonido y mi veredicto. ¡Y que todos los aquí presentes también lo oigan!. El sonido de este maravedí será el pago que recibáis por el olor de vuestro pollo asado" "Además" prosiguió el magistrado "por intentar aprovecharos de este buen hombre os condeno a pasar dos noches en el calabozo. Asimismo le pagaréis al peregrino una comida como compensación por las posibles molestias que le hayáis podido causar" "Y vos, peregrino; recoged vuestra moneda e id con Dios".

Así fue como Jacques consiguió comer gratis y bien aquel día; en tanto que el arcediano fue castigado por su avaricia y falta de humanidad.

PREGUNTAS:

1.- ¿En qué época tienen lugar los hechos contados?

2.- ¿Quién es el protagonista de la historia?

3.- ¿En qué lugar transcurren los acontecimientos?

4.- ¿Jacques era rico o pobre? ¿Por qué lo sabes?

5.- ¿Dónde encontró Jacques alojamiento?

6.- ¿Qué conflicto tuvo Jacques con el Arcediano?

7.- ¿Cómo solucionó el juez el conflicto entre los dos personajes?

8.- ¿A qué fue condenado el Arcediano?

9.- Inventa un título para esta historia.