martes, 3 de diciembre de 2019

Historia de la huérfana.

Pepita estaba dormida, navegando. Quería huir a Gran Canaria para esconderse de su malvada madrastra: una bruja envidiosa, fea y retorcida que la maltrataba un día sí y otro también. En el barco la niña echaba de menos a su verdadera madre, que había muerto hacía dos años ¡Cómo la echaba de menos! Sus cariños, sus mimos, sus abrazos... Pero ya no estaba, y eso no podía cambiar ¿O sí?
Resultado de imagen de callejón de ladrillo
Todo había empezado dos meses atrás. Un día lluvioso Pepita había salido de la escuela. Como de costumbre, nadie la había ido a recoger. "Pfffffff", resopló para sí misma. "Otra vez no, Dios mío. Otra vez no". Resignada supo que no le quedaba otra que abrir el paraguas y recorrer los 5 kilómetros que la separaban de su casa en las afueras. Mientras caminaba por las aceras de la avenida los coches la salpicaban al pasar. En muchos de aquellos coches iban amigos suyos de la escuela. Les envidiaba: a ellos iban a recogerles, les llevaban y traían a las actividades extraescolares, les daban regalos en sus cumpleaños... A ella no. Desde hacía dos años nadie la tenía en cuenta para nada.

El caso es que a medio camino entre la escuela y su casa Pepita reparó en un callejón en el que nunca antes se había fijado. Estaba encajonado entre dos casas antiguas de ladrillo. Sin saber muy bien por qué decidió asomarse a husmear un poco. Total, no pasaría nada si se retrasaba. Si fuera por su madrastra, podría pasarse el día entero por ahí sin problema "¿Ya estás aquí otra vez en casa, mocosa?", le decía a menudo cuando llegaba al hogar, fuera la hora que fuera "¿Por qué no te quedas por ahí más tiempo? ¡Estoy harta de verte por aquí todo el santo día! ¡Qué ganas tengo de perderte de vista una larga temporada!" No. Definitivamente no pasaría nada si se retrasaba.


Lo primero que sintió al asomarse al callejón fue un intento olor a canela y a pan recién hecho. Cuando acostumbró los ojos a la oscuridad del lugar pudo ver que en el angosto pasaje había una panadería. Claro; por eso olía tan bien. Un cartel antiguo sobre la puerta decía "Panadería Canarias. Fundada en 1895". Pepita sintió de repente hambre. Lo cierto es que llevaba todo el día sin comer. Su madrastra no le había echado merienda para el recreo, y las tripas le rugían como a una leona. Se llevó la mano al bolsillo de la falda, y sintió algo ¡Vaya! Tenía un euro. Eso lo cambiaba todo. Quizá pudiera comprar algo.

¿Alguien se anima a continuarla? Me encantaría ver qué se os ha ocurrido ¡Hasta mañana!

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